jueves, 19 de mayo de 2011

(UNA) HISTORIA ARGENTINA. Por Juan Carlos SANCHEZ-SOTTOSANTI



Proemio
Detesto la poesía que tiende hacia la prosa,
pero hay veces que la prosa del mundo nos obliga
a pergeñar relatos con espacios vacíos
que no son convenciones tipográficas del vacío del verso.
Son,
sencillamente,
vacíos.





hist-1.gif







1955a
El 16 de junio de 1955 inopinadamente un levantamiento armado se alzó con sus aviones,
y bombardeó la Plaza de Mayo repleta de civiles.
No hay acuerdo en si 300 o 500 fueron los muertos,
sin contar los heridos y los mutilados,
ni las innumerables bandadas de palomas.

Mi madre estaba en su trabajo a pocos metros,
cerraron la oficina, la dejaron en la calle.
Mi madre tenía veinte años, trajecito y tacos altos
para travestir su adolescencia en adultez
y trabajar por el cuasi pan de cada día.
Las multitudes marchaban hacia el centro:
¡La vida por Perón!” (después vendrían las famosas quemas de iglesias);
mi madre a contramano,
no había transporte público ni taxis,
su habitación estaba a centenares de cuadras.
Pasó por entre vivos y muertos,
trajinó veredas,
desangró los pies,
cruzó el Riachuelo como pudo.
El trayecto duró horas:
abrió la puerta con las rayas de la madrugada.



hist-2.jpg




1955b
El 16 de junio de 1955 inopinadamente un levantamiento armado se alzó con sus aviones,
y bombardeó la Plaza de Mayo repleta de civiles.
Mi padre, proletario hijo de proletarios,
nieto de anarquistas, peronista del primer minuto,
abandonó su puesto en la oficina de correos
y su Siam Di Tella de taxista.
Hizo el camino inverso
(“¡La vida por Perón!”) entre las multitudes,
y llegó a la Plaza y por un día venció su repugnancia por la sangre a punto de desmayo (la he heredado),
y ayudó a juntar cadáveres y restos de cadáveres,
y heridos en camiones travestidos en ambulancias;
las palomas quedaron pudriéndose lentamente bajo el sol del invierno.

No creo que quemara iglesias;
sólo sé que su familia lo halló desfalleciente
unos días después.

(Ese quizás fue el único acto noble de su vida,
quizás el único que aún justifica un poquito su vida).







1955c
En septiembre del 55
Perón fue finalmente derrocado.
Hubo cambios de bando instantáneos,
los cuadros de Evita y del General fueron bajados,
una tía enterró sus libros,
pero del humus, ¿quién detiene al Mito?
Lo que no pudo esconderse
fueron las lágrimas
de los pobres, de los grasas, de los negros,
los únicos realmente derrotados.




hist-3.jpg



1976a
En febrero del 76
todos-todos deseaban que viniera el Golpe.
Los radicales y los peronistas,
los socialistas y los comunistas,
los clérigos y el hombre de la calle;
las elecciones estaban próximas,
¿pero quién detendrá al que quiera un destino de sangre?

En febrero del 76,
hospitales en huelga y el caos en la calle;
mi madre comenzó sus dolores de parto.
Pero ninguna clínica quiso recibirme.
El auto y los gritos recorrieron kilómetros
hasta hallar un hospital con médica de guardia,
y filas de camillas y el estrés de la médica.
Allí fue mi vagido, no sé si se escuchara
entre veinte o treinta vagidos en serie.

Un mes después el Golpe llegó.
Afortunado fui: mil niños
nacieron en mazmorras con madres torturadas,
y fueron vendidos, rematados, escindidos
entre familias de rancia estirpe.

Recién hoy algunos descubren quiénes son.

(Siempre supe quién era yo, pero no me conforma).





hist-4.jpg




1976b
Mi hermana volvía de la escuela
y hablaba de compañeros desaparecidos,
quinceañeros los más; me dijo un día
que yo tengo los rasgos parecidos a un viejo amor
que murió descerebrado
en una fría sala de hospital.

Mi madre volvía de las compras
y hablaba de un paredón de fusilamiento;
los cuerpos ya no estaban
pero cachos de sesos quedaban sobre el muro.

Y si iban al cementerio en un día de lluvia,
de las fosas comunes mal selladas
el agua escurría el barro
y brotaban rostros, brazos, piernas.
Con estoicismo las moscas esperaban el final del chubasco.




hist-5.jpg






1982
En el pueblo del exilio
donde en apariencia nada se sabía,
a los seis años ingresé a la escuela,
el guardapolvos blanco,
los crayones,
los lápices.
De pronto solamente los celestes valían,
nos hacían pintar frenéticas banderas,
mientras los adultos escuchaban las radios.
Aviones militares pasaban por el cielo
(también debíamos dibujar aviones militares),
yo sentía terror; los adultos gozaban
su minuto de patria aunque costase vidas:
¡vencer a Gran Bretaña era seguro!
La maestra pedía chocolates
para mandar a los soldados de unas islas australes
que eran nuestras ahora porque lo habían sido siempre.
Las radios aseguraban la victoria.
Las casas se llenaron de estandartes;
gasté el crayón celeste ignorando la importancia del rojo.

Sólo después supe
que los chocolates jamás llegaron,
que los soldados eran pobres indios de las zonas más tórridas enviados al hielo;
que un general borracho
declaró esa guerra para salvar al Régimen.
La guerra se perdió
y la maestra nos enseñó a dibujar flores
y nos prohibió el vocablo derrota.

Pude usar otros lápices,
pero la gran mancha roja fue ocultada
por ochocientas cruces blancas en las islas australes,
por la


Proemio
Detesto la poesía que tiende hacia la prosa,
pero hay veces que la prosa del mundo nos obliga
a pergeñar relatos con espacios vacíos
que no son convenciones tipográficas del vacío del verso.
Son,
sencillamente,
vacíos.





hist-1.gif







1955a
El 16 de junio de 1955 inopinadamente un levantamiento armado se alzó con sus aviones,
y bombardeó la Plaza de Mayo repleta de civiles.
No hay acuerdo en si 300 o 500 fueron los muertos,
sin contar los heridos y los mutilados,
ni las innumerables bandadas de palomas.

Mi madre estaba en su trabajo a pocos metros,
cerraron la oficina, la dejaron en la calle.
Mi madre tenía veinte años, trajecito y tacos altos
para travestir su adolescencia en adultez
y trabajar por el cuasi pan de cada día.
Las multitudes marchaban hacia el centro:
¡La vida por Perón!” (después vendrían las famosas quemas de iglesias);
mi madre a contramano,
no había transporte público ni taxis,
su habitación estaba a centenares de cuadras.
Pasó por entre vivos y muertos,
trajinó veredas,
desangró los pies,
cruzó el Riachuelo como pudo.
El trayecto duró horas:
abrió la puerta con las rayas de la madrugada.



hist-2.jpg




1955b
El 16 de junio de 1955 inopinadamente un levantamiento armado se alzó con sus aviones,
y bombardeó la Plaza de Mayo repleta de civiles.
Mi padre, proletario hijo de proletarios,
nieto de anarquistas, peronista del primer minuto,
abandonó su puesto en la oficina de correos
y su Siam Di Tella de taxista.
Hizo el camino inverso
(“¡La vida por Perón!”) entre las multitudes,
y llegó a la Plaza y por un día venció su repugnancia por la sangre a punto de desmayo (la he heredado),
y ayudó a juntar cadáveres y restos de cadáveres,
y heridos en camiones travestidos en ambulancias;
las palomas quedaron pudriéndose lentamente bajo el sol del invierno.

No creo que quemara iglesias;
sólo sé que su familia lo halló desfalleciente
unos días después.

(Ese quizás fue el único acto noble de su vida,
quizás el único que aún justifica un poquito su vida).







1955c
En septiembre del 55
Perón fue finalmente derrocado.
Hubo cambios de bando instantáneos,
los cuadros de Evita y del General fueron bajados,
una tía enterró sus libros,
pero del humus, ¿quién detiene al Mito?
Lo que no pudo esconderse
fueron las lágrimas
de los pobres, de los grasas, de los negros,
los únicos realmente derrotados.




hist-3.jpg



1976a
En febrero del 76
todos-todos deseaban que viniera el Golpe.
Los radicales y los peronistas,
los socialistas y los comunistas,
los clérigos y el hombre de la calle;
las elecciones estaban próximas,
¿pero quién detendrá al que quiera un destino de sangre?

En febrero del 76,
hospitales en huelga y el caos en la calle;
mi madre comenzó sus dolores de parto.
Pero ninguna clínica quiso recibirme.
El auto y los gritos recorrieron kilómetros
hasta hallar un hospital con médica de guardia,
y filas de camillas y el estrés de la médica.
Allí fue mi vagido, no sé si se escuchara
entre veinte o treinta vagidos en serie.

Un mes después el Golpe llegó.
Afortunado fui: mil niños
nacieron en mazmorras con madres torturadas,
y fueron vendidos, rematados, escindidos
entre familias de rancia estirpe.

Recién hoy algunos descubren quiénes son.

(Siempre supe quién era yo, pero no me conforma).





hist-4.jpg




1976b
Mi hermana volvía de la escuela
y hablaba de compañeros desaparecidos,
quinceañeros los más; me dijo un día
que yo tengo los rasgos parecidos a un viejo amor
que murió descerebrado
en una fría sala de hospital.

Mi madre volvía de las compras
y hablaba de un paredón de fusilamiento;
los cuerpos ya no estaban
pero cachos de sesos quedaban sobre el muro.

Y si iban al cementerio en un día de lluvia,
de las fosas comunes mal selladas
el agua escurría el barro
y brotaban rostros, brazos, piernas.
Con estoicismo las moscas esperaban el final del chubasco.




hist-5.jpg






1982
En el pueblo del exilio
donde en apariencia nada se sabía,
a los seis años ingresé a la escuela,
el guardapolvos blanco,
los crayones,
los lápices.
De pronto solamente los celestes valían,
nos hacían pintar frenéticas banderas,
mientras los adultos escuchaban las radios.
Aviones militares pasaban por el cielo
(también debíamos dibujar aviones militares),
yo sentía terror; los adultos gozaban
su minuto de patria aunque costase vidas:
¡vencer a Gran Bretaña era seguro!
La maestra pedía chocolates
para mandar a los soldados de unas islas australes
que eran nuestras ahora porque lo habían sido siempre.
Las radios aseguraban la victoria.
Las casas se llenaron de estandartes;
gasté el crayón celeste ignorando la importancia del rojo.

Sólo después supe
que los chocolates jamás llegaron,
que los soldados eran pobres indios de las zonas más tórridas enviados al hielo;
que un general borracho
declaró esa guerra para salvar al Régimen.
La guerra se perdió
y la maestra nos enseñó a dibujar flores
y nos prohibió el vocablo derrota.

Pude usar otros lápices,
pero la gran mancha roja fue ocultada
por ochocientas cruces blancas en las islas australes,
por la vergüenza hipócrita del silencio de un pueblo
que ahora sollozaba democracia.

Conocí veteranos de guerra; quedaron
más o menos locos.
¿Pero quién garantiza
la cordura del resto?

Mayo de 2011
Por Juan Carlos Sánchez Sottosanto - Publicado en: Poesías vergüenza hipócrita del silencio de un pueblo
que ahora sollozaba democracia.

Conocí veteranos de guerra; quedaron
más o menos locos.
¿Pero quién garantiza
la cordura del resto?

Mayo de 2011
Por Juan Carlos Sánchez Sottosanto - Publicado en: Poesías