lunes, 8 de abril de 2013

LA PLATA: tanto dolor, tanta historia, tanto sentido.


Buenos Aires,     medianoche  del 8 de  marzo de 2013

Acabo de ver en 678 a militantes juveniles  de una lucidez descomunal y a la decana de la Facultad de Comunicación de la UNLP, de una lucidez también descomunal por la historia que sabe portar con sus palabras, que articula como desde un inconsciente colectivo, conformado esta vez por Rodolfo Walsh, la militancia de los setentas, el primer peronismo,  Néstor Kirchner, y un tejido denso, tramado por una historia inmensa, que confluyen en un nuevo sujeto, definitivamente, argentino. 

Impresionado  estos días
por las inundaciones en La Plata, ciudad en la que se recibió mi abuelo, el Dr. Ramón Cardoso y Trejo, nombrado Ministro de la Corte Suprema de Justicia de Santiago del Estero por el más virtuosos de los gobernadores santiagueños, D. Absalón Rojas.

La Plata, donde se recibió el Cuchi Leguizamón,  mi hermano Germán Pablo Cardoso y mis amigos más queridos. También donde desaparecieron tantos, tantas, tantos, tantas, queridas/os compañeras/os.

La Plata, a donde se fue a vivir el Dr Alfredo Saintout, peronista,  el más popular de los médicos de mi pueblo, Benito Juárez, donde se instaló papá, el Dr. Luis Antolín Cardoso, que heredó la mayor parte de los pacientes del doctor Saintout.

Esto es, quiero decir, que hay una historia. Hay una construcción histórica detrás de esta tragedia y la resolución a la que asistimos: solidaridad generalizada, militancia focalizada, un hálito de vida inmensa frente a dolor tan tremendo. 

Que la nieta del doctor Saintout, la decana de la Facultad de Comunicación de la UNLP,  Florencia SAINTOUT,  brillantemente haya puesto como en  blanco sobre negro el sentido de la militancia hoy, nowadays,  houjourd'hui,  AQUÍ, AHORA, HOY. Un sentido que  condensa, más allá de la tragedia tremenda, al sujeto colectivo que lleva el hilo conductor del relato de ésta Historia argentina: los humildes, los desamparados, el pueblo llano, el pueblo solidario, la militancia donde “la patria es el otro”. Por fin, 'la' democracia. 

Mi padre fue antiperonista. Yo no soy peronista; pero como nieto de actores de la segunda línea de la Generación del '80, aplaudo esta administración; aplaudo esta militancia: ESTO ES UNA REFUNDACIÓN DE LA REPÚBLICA. Aquí recién empieza la “República verdadera”, al decir de Halperin Donghi (o Mitre?), y no con la Ley Saenz Peña. La República Democrática, quería decir Donghi.  Yo quiero decir, que la República Democrática comenzó en 2003 y se cristaliza ahora.
 Como no tengo las dotes de escritor que debería tener, por los ancestros que llevo dentro, quiero compartir con  Ustedes la nota de un escritor platense entrañable,  Eric Calcagno: La inundación en La Plata: 







Eric Calcagno. Diputado Nacional FpV. Sociólogo y Administrador Público egresado de la Universidad de París. 


lunes, 1 de abril de 2013

Japón da "sabor a las personas". Yukio MISHIMA



KAWABATA, Yasunari; MISHIMA, Yukio Correspondencia (1945-1970), Emecé Editores S.A. Buenos Aires, Argentina, impreso en abril de 2003. Traducción del francés de Liliana Ponce. Título original: Kawabata Yasunari-Mishima Yukio: Ohfuku Shokan; Título de la traducción al francés: Correspondance (1945-1970)


Kawabata/Mishima: Correspondencia 1945-1970

Carta dirigida por Mishima Yukio (a/c Tarama Lins, Estado de San Pablo, Brasil) a Kawabata Yasunari (Hase 246 [sic], Kamakura)

13 de febrero de 1952.
            Discúlpeme por mi largo silencio.
            Le quiero agradecer todo lo que su esposa y usted han hecho por mí en el momento de mi partida[1]. Escribo esta carta desde la explotación agrícola de Tarama Toshihiko, no lejos de Lins, a una hora y media de avión, aproximadamente de San Pablo. Toshihiko adquirió perfecto dominio de la lengua brasileña, y por eso no hay nada asombroso en que haya cambiado tan fácilmente su título de nobleza por el de terrateniente.
            Passin me hizo grandes servicios en Nueva York. Acababa de regresar a los Estados Unidos después de haber perdido a su hijo –que todavía era un bebé-, pero me ayudó mucho, especialmente haciendo de intérprete en mis entrevistas. Si lo encuentra, transmítale, se lo ruego, mis mejores recuerdos.
            En Nueva York utilicé solamente la carta de presentación de Parssin. La señora Williams también me había dado una carta de recomendación para el Departamento de Estado, pero como me habría molestado que se cruzaran una y otra, esperaré estar en Grecia para hacer uso de ella.
            En los Estados Unidos todo el mundo se ha mostrado muy gentil, y la señorita Kruger, una amiga de Passin, se ocupó especialmente de mí. Me sorprendió hasta qué punto los norteamericanos que encontré eran simpáticos, pero no es lo mismo ser simpático que tener personalidad, y en este punto nadie puede rivalizar con los extranjeros que, como Passin, residieron mucho tiempo en nuestro país. Es que Japón da “sabor a las personas”.
            Desde mi llegada a América del Sur, estuve completamente seducido por los brasileños. Jamás vi gente tan poco complicada, inclusive los residentes japoneses son abiertos y agradables –quizá porque la mayoría de ellos tiene fortunas que se calculan en millones-, y no se pueden comparar con los japoneses serviles instalados en Hawái o sobre la costa oeste de los Estados Unidos desde hace una o dos generaciones en principio, son cultos, saben más sobre nuestro país que los que viven en Honolulú, lugar más cercano a Japón.
            Lo mismo ocurre en lo que concierne a la lengua: el portugués, que tiene muchas vocales, se pronuncia casi como el japonés, y hasta el hablado  por nuestros compatriotas suena bastante natural. Cuando los emigrados japoneses de Hawái o sus niños o sus niños, dicen, por ejemplo: “Let’s go” o “Hey, hey, come on, go ahead[2], estos giros de anglosajones corpulentos, que no les sientan en modo alguno, son de una fealdad estremecedora, pero nada de esto pasa con el idioma portugués, que se adecua mejor a los japoneses.
            Estaba convencido de que en lo de Tarama debería trabajar en el campo con una azada, pero eso está lejos de ser mi caso: estoy tan fatigado que paso mi tiempo sin hacer nada. Las costumbres de las hormigas corta-hojas, entre otras, son muy interesantes, y hay también colibríes y tatúes en esta zona, aunque todavía no los he visto.
            Iré a San Pablo hacia el 16, y desde allí pariré para conocer regiones más escondidas del Brasil, en compañía de un viejo zorro, un tal Nakanishi. Planeamos ir al Mato Grosso y llegar hasta la frontera boliviana> los japoneses que llegan hasta allá se cuentan apenas, según me dice, con los dedos de las manos.
            Volveré para el carnaval de Río, que comienza el 23 de (estoy fascinado por ir), y una vez que termine, tengo la intención de partir para la Argentina, pero como tengo dificultades para obtener una visa, si no la consigo, voy a regresar directamente a Nueva York.
            En esta época, en Japón el frío es muy riguroso, le ruego que cuide su salud.
MISHIMA, Yukio
            Transmítale mis respetos a su esposa.

Mishima Yukio


KAWABATA, Yasunari
BIOGRAFÍAS DE LOS AUTORES
Yasunari Kawabata
nació en Osaka en 1899. Huérfano a los tres años, insomne perpetuo, cineasta en su juventud, lector voraz tanto de los clásicos como de las vanguardias europeas, fue un solitario empedernido. Escribió más de doce mil páginas de novelas, cuentos y artículos y es uno de los escritores japoneses más populares dentro y fuera de su país. Mantuvo una profunda amistad con el escritor Yukio Mishima, del que fue mentor y difusor. Recibió el Premio Nobel de Literatura en el año 1968. Entre sus obras, muchas de ellas marcadas por la soledad y la sensualidad, se destacan La bailarina de Izu, La casa de las bellas durmientes, El maestro de go, lo bello y lo triste (EMECÉ, 201) Y País de nieve (Emecé 2003). Kawabata se suicidó a los setenta y dos años. 

Yukio Mishima nació en Tokyo en 1924, en el seno de una familia de samuráis. Se graduó en Derecho en la Universidad Imperial de Tokyo y durante un tiempo trabajó en la administración pública. Su primera novela, Confesiones de una máscara, obra autobiográfica centrada en el despertar de la sexualidad, apareció en 1949. Desde entonces escribió varios libros, entre los que se cuentan El tumulto de las olas (1954), El pabellón de oro  (1956), Nieve de primavera  (1966) y Caballos desbocados (1968). Su obra describe todas las variaciones posibles que puede tomar el instinto de autodestrucción> horror por la vejez, fascinación por la muerte, deseo de alcanzarla con el ser amado.
En noviembre de 1970 se suicidó según las normas de un elaborado ritual. Tenía cuarenta y cinco años. 






[1] El 25 de diciembre  de 1951, Mishima se embarcó para América a bordo del Presidente Wilson. Esta “vuelta al mundo”, realizada como corresponsal extranjero especial para el diario Asahi, lo llevó a los Estados Unidos, al Brasil, y luego a Francia y a Grecia. El escritor regresó a Japón en mayo de 1952.
[2] Todas estas expresiones están escritas en inglés norteamericano en el original.

martes, 7 de junio de 2011

Elogio de las soledades. Por María Moreno

El silencio, la sinceridad se diría y la compañía que sólo logra la soledad, no constituyen una negación de las pasiones, pero sí un escape a la “prostitución fraternitaria” que atormentaba a Baudelaire


 
A veces el subrayado es tan oportuno, tan brillante, que no hace falta que llegue a constituir la unidad de una frase. Dos expresiones en El Spleen de París de Baudelaire me siguen maravillando: “tiranía del rostro humano” y “prostitución fraternitaria”. Si se me permite, las voy a hacer sonar en género. Porque sin duda la igualdad entre el hombre y la mujer no será completa si no se concede a la cierta soledad femenina el sentido de una soberanía alcanzada. En vano las brujas fueron el emblema de una soledad estudiosa volcada en la ciencia empírica que ofrece el contacto con las pruebas de la naturaleza, durante siglos el convento tanto impuso coacción como permitió libertad para el conocimiento y la crítica al matrimonio como institución y a la maternidad como destino realizados por el feminismo dejó huellas notables, la mujer desatada de la sociedad conyugal o liberada por viudez sin aspiración a reincidencia, cuando no soltera que goza los beneficios accesorios del capitalismo Sex and the city, siempre será señalada como la protagonista de un fracaso y una falta. Baudelaire es nuestro primer rebelde a la impronta de que “la comunicación es salud”, de que es preciso vencer la egoística de fantasear, planear y delirar en la intimidad y con la boca cerrada, salvo para el vino de la poesía, y así someterse a la “tiranía del rostro humano” y entrar en lo que llama “prostitución fraternitaria”. Y al hablar de los que gozan de explayarse, goce siempre ligado a la presencia múltiple de los otros, quejándose al mismo tiempo de un gacetillero que lo insta a compartir sus pensamientos, escribe: “No los compadezco, porque adivino que sus efusiones oratorias les procuran placeres iguales a los que otros sacan del silencio y del recogimiento; pero los desprecio. Deseo, ante todo, que mi gacetillero maldito me deje divertirme a mi gusto. ‘Pero ¿no siente usted nunca -me dice, en tono nasal archiapostólico- necesidad de compartir sus goces?’ ¡Miren al sutil envidioso! ¡Sabe que desdeño los suyos y viene a insinuarse en los míos, el horrible aguafiestas!” (La soledad) Y sigue a lo grande: “Recapitulemos el día: (…) Saludar a unas veinte personas, quince de ellas desconocidas; repartir apretones de manos, en igual proporción, sin haber tomado la precaución de comprar unos guantes; subir, para matar el tiempo, durante un chaparrón, a casa de cierta corsetera, que me rogó que le dibujara un traje de Venustre; hacer la rosca al director de un teatro para que, al despedirme, me diga: ‘Quizá lo acierte dirigiéndose a Z...; es, de todos mis autores, el más pesado, el más tonto y el más célebre; con él podría usted conseguir algo. Háblele, y allá veremos; alabarme’ -¿por qué?- de varias acciones feas que jamás cometí y negar cobardemente algunas otras fechorías que llevó a cabo con gozo, delito de fanfarronería, crimen de respetos humanos; negar a un amigo cierto favor fácil y dar una recomendación por escrito a un tunante cabal. ¡Uf! ¿Se acabó? Descontento de todos, descontento de mí, quisiera rescatarme y cobrar un poco de orgullo en el silencio y en la soledad de la noche”(A la una de la mañana) . Si la soledad puede ser fuente de los más oscuros pensamientos, lo son más las acciones del contacto con los demás. Para Baudelaire, soledad y multitud son equivalentes: sumergirse entre los otros es irradiar una simpatía que se concede a cada uno pero que se pasa sin enquistarse ni elegir y menos reclamar. Éste ha sido el siglo del Otro -el judío, el negro, la mujer, el refugiado, el homosexual y siguen las firmas-, Levinas nos conminó a la responsabilidad ante el rostro del otro, la Revolución a la pregunta por los oprimidos, la heterosexualidad obligatoria, a la denuncia… Pero nadie dijo que el Otro era Fulana o Mengano, el que ronca a nuestro lado, el titular de la Obra Social o el acaparador del Control Remoto. Este elogio de la soledad no es una crítica a la rutina de a dos o de la familia tipo, puede serlo también de la compañía de una personalidad interesante. ¿Han probado vivir con una personalidad así? ¿Con ese incesante ruido de singularidad que aturde? ¿Con un documento viviente que, por lo general, desconoce el ritmo de los embargos y cuya propia soledad es un tabú tan grave de infringir como el del incesto? ¿Estoy invitando a renunciar a las pasiones? No, pero sí a saber hasta dónde es preciso llegar demasiado lejos (Jean Cocteau). Enamorada, mi disertación interior es chata, machacona, mezquina, ni siquiera una versión menor de las cuadrículas amorosas de Roland Barthes sino la lista de reproches de una Cisebuta. ¡Qué mal escribo mientras rumio cuando estoy enamorada! Y cuántas veces he necesitado encontrarme con el otro en cuerpo presente para estar, por fin, un poco sola y no a solas con su sombra totalitaria que es la peor compañía. Y si el enamorado es el otro ¡qué celosa me pongo! ¡Cómo comprendo de inmediato que su oratoria no me está dedicada sino a una invención de la que goza masturbándose mentalmente y cuya proyección de mí me es tan ajena como si fuera otra mujer! Me gustan las soledades hacendosas como la de Horacio Quiroga que podía fabricar una canoa perfecta, la del Guillermo Enrique Hudson que pasaba horas espiando nidos de cornejas y tomando apuntes en su cuadernito y tengo por cierto que si Violeta Parra hubiera seguido hilando sus tapices, se habría alejado del suicidio. Sin ser católica, me emociona el huerto del fraile contemplativo, casi puedo oír el aguacero en el bosque de Getsemani y, tras el vidrio de una celda solamente adornada con el parasol del maestro Zuzuki, divisar a Tomas Merton escribiendo bajo la luz temblorosa de la lámpara de todos los ermitaños: la Colman (una poética de camping la bautizó “sol de noche”). Y sin creer en que los muertos piensan en nosotros, suelo encomendarme, cuando me amenaza la tentación de la mundanidad y del cholulismo, a tres grandes solitarias: la Lilian Hellman que le enseñó a Jane Fonda a arreglar un cerco de su casa en la playa, la Marguerite Yourcenar que conversaba con sus recuerdos frente a una copita y la Patricia Highsmith que escribía cercada por la nieve de un pueblacho suizo, el teléfono desenchufado y con la sola compañía de sus gatos siameses Tunky y Jogue. Y si tengo un sueño comunitario es el de ser un perrito de las praderas, de ésos que se yerguen en el desierto, apoyados uno en el hombro del otro, pero a solas en sus mentes con un enemigo que es menos un peligro que una coartada natural para contemplar en banda la belleza del amanecer. 

jueves, 19 de mayo de 2011

(UNA) HISTORIA ARGENTINA. Por Juan Carlos SANCHEZ-SOTTOSANTI



Proemio
Detesto la poesía que tiende hacia la prosa,
pero hay veces que la prosa del mundo nos obliga
a pergeñar relatos con espacios vacíos
que no son convenciones tipográficas del vacío del verso.
Son,
sencillamente,
vacíos.





hist-1.gif







1955a
El 16 de junio de 1955 inopinadamente un levantamiento armado se alzó con sus aviones,
y bombardeó la Plaza de Mayo repleta de civiles.
No hay acuerdo en si 300 o 500 fueron los muertos,
sin contar los heridos y los mutilados,
ni las innumerables bandadas de palomas.

Mi madre estaba en su trabajo a pocos metros,
cerraron la oficina, la dejaron en la calle.
Mi madre tenía veinte años, trajecito y tacos altos
para travestir su adolescencia en adultez
y trabajar por el cuasi pan de cada día.
Las multitudes marchaban hacia el centro:
¡La vida por Perón!” (después vendrían las famosas quemas de iglesias);
mi madre a contramano,
no había transporte público ni taxis,
su habitación estaba a centenares de cuadras.
Pasó por entre vivos y muertos,
trajinó veredas,
desangró los pies,
cruzó el Riachuelo como pudo.
El trayecto duró horas:
abrió la puerta con las rayas de la madrugada.



hist-2.jpg




1955b
El 16 de junio de 1955 inopinadamente un levantamiento armado se alzó con sus aviones,
y bombardeó la Plaza de Mayo repleta de civiles.
Mi padre, proletario hijo de proletarios,
nieto de anarquistas, peronista del primer minuto,
abandonó su puesto en la oficina de correos
y su Siam Di Tella de taxista.
Hizo el camino inverso
(“¡La vida por Perón!”) entre las multitudes,
y llegó a la Plaza y por un día venció su repugnancia por la sangre a punto de desmayo (la he heredado),
y ayudó a juntar cadáveres y restos de cadáveres,
y heridos en camiones travestidos en ambulancias;
las palomas quedaron pudriéndose lentamente bajo el sol del invierno.

No creo que quemara iglesias;
sólo sé que su familia lo halló desfalleciente
unos días después.

(Ese quizás fue el único acto noble de su vida,
quizás el único que aún justifica un poquito su vida).







1955c
En septiembre del 55
Perón fue finalmente derrocado.
Hubo cambios de bando instantáneos,
los cuadros de Evita y del General fueron bajados,
una tía enterró sus libros,
pero del humus, ¿quién detiene al Mito?
Lo que no pudo esconderse
fueron las lágrimas
de los pobres, de los grasas, de los negros,
los únicos realmente derrotados.




hist-3.jpg



1976a
En febrero del 76
todos-todos deseaban que viniera el Golpe.
Los radicales y los peronistas,
los socialistas y los comunistas,
los clérigos y el hombre de la calle;
las elecciones estaban próximas,
¿pero quién detendrá al que quiera un destino de sangre?

En febrero del 76,
hospitales en huelga y el caos en la calle;
mi madre comenzó sus dolores de parto.
Pero ninguna clínica quiso recibirme.
El auto y los gritos recorrieron kilómetros
hasta hallar un hospital con médica de guardia,
y filas de camillas y el estrés de la médica.
Allí fue mi vagido, no sé si se escuchara
entre veinte o treinta vagidos en serie.

Un mes después el Golpe llegó.
Afortunado fui: mil niños
nacieron en mazmorras con madres torturadas,
y fueron vendidos, rematados, escindidos
entre familias de rancia estirpe.

Recién hoy algunos descubren quiénes son.

(Siempre supe quién era yo, pero no me conforma).





hist-4.jpg




1976b
Mi hermana volvía de la escuela
y hablaba de compañeros desaparecidos,
quinceañeros los más; me dijo un día
que yo tengo los rasgos parecidos a un viejo amor
que murió descerebrado
en una fría sala de hospital.

Mi madre volvía de las compras
y hablaba de un paredón de fusilamiento;
los cuerpos ya no estaban
pero cachos de sesos quedaban sobre el muro.

Y si iban al cementerio en un día de lluvia,
de las fosas comunes mal selladas
el agua escurría el barro
y brotaban rostros, brazos, piernas.
Con estoicismo las moscas esperaban el final del chubasco.




hist-5.jpg






1982
En el pueblo del exilio
donde en apariencia nada se sabía,
a los seis años ingresé a la escuela,
el guardapolvos blanco,
los crayones,
los lápices.
De pronto solamente los celestes valían,
nos hacían pintar frenéticas banderas,
mientras los adultos escuchaban las radios.
Aviones militares pasaban por el cielo
(también debíamos dibujar aviones militares),
yo sentía terror; los adultos gozaban
su minuto de patria aunque costase vidas:
¡vencer a Gran Bretaña era seguro!
La maestra pedía chocolates
para mandar a los soldados de unas islas australes
que eran nuestras ahora porque lo habían sido siempre.
Las radios aseguraban la victoria.
Las casas se llenaron de estandartes;
gasté el crayón celeste ignorando la importancia del rojo.

Sólo después supe
que los chocolates jamás llegaron,
que los soldados eran pobres indios de las zonas más tórridas enviados al hielo;
que un general borracho
declaró esa guerra para salvar al Régimen.
La guerra se perdió
y la maestra nos enseñó a dibujar flores
y nos prohibió el vocablo derrota.

Pude usar otros lápices,
pero la gran mancha roja fue ocultada
por ochocientas cruces blancas en las islas australes,
por la


Proemio
Detesto la poesía que tiende hacia la prosa,
pero hay veces que la prosa del mundo nos obliga
a pergeñar relatos con espacios vacíos
que no son convenciones tipográficas del vacío del verso.
Son,
sencillamente,
vacíos.





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1955a
El 16 de junio de 1955 inopinadamente un levantamiento armado se alzó con sus aviones,
y bombardeó la Plaza de Mayo repleta de civiles.
No hay acuerdo en si 300 o 500 fueron los muertos,
sin contar los heridos y los mutilados,
ni las innumerables bandadas de palomas.

Mi madre estaba en su trabajo a pocos metros,
cerraron la oficina, la dejaron en la calle.
Mi madre tenía veinte años, trajecito y tacos altos
para travestir su adolescencia en adultez
y trabajar por el cuasi pan de cada día.
Las multitudes marchaban hacia el centro:
¡La vida por Perón!” (después vendrían las famosas quemas de iglesias);
mi madre a contramano,
no había transporte público ni taxis,
su habitación estaba a centenares de cuadras.
Pasó por entre vivos y muertos,
trajinó veredas,
desangró los pies,
cruzó el Riachuelo como pudo.
El trayecto duró horas:
abrió la puerta con las rayas de la madrugada.



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1955b
El 16 de junio de 1955 inopinadamente un levantamiento armado se alzó con sus aviones,
y bombardeó la Plaza de Mayo repleta de civiles.
Mi padre, proletario hijo de proletarios,
nieto de anarquistas, peronista del primer minuto,
abandonó su puesto en la oficina de correos
y su Siam Di Tella de taxista.
Hizo el camino inverso
(“¡La vida por Perón!”) entre las multitudes,
y llegó a la Plaza y por un día venció su repugnancia por la sangre a punto de desmayo (la he heredado),
y ayudó a juntar cadáveres y restos de cadáveres,
y heridos en camiones travestidos en ambulancias;
las palomas quedaron pudriéndose lentamente bajo el sol del invierno.

No creo que quemara iglesias;
sólo sé que su familia lo halló desfalleciente
unos días después.

(Ese quizás fue el único acto noble de su vida,
quizás el único que aún justifica un poquito su vida).







1955c
En septiembre del 55
Perón fue finalmente derrocado.
Hubo cambios de bando instantáneos,
los cuadros de Evita y del General fueron bajados,
una tía enterró sus libros,
pero del humus, ¿quién detiene al Mito?
Lo que no pudo esconderse
fueron las lágrimas
de los pobres, de los grasas, de los negros,
los únicos realmente derrotados.




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1976a
En febrero del 76
todos-todos deseaban que viniera el Golpe.
Los radicales y los peronistas,
los socialistas y los comunistas,
los clérigos y el hombre de la calle;
las elecciones estaban próximas,
¿pero quién detendrá al que quiera un destino de sangre?

En febrero del 76,
hospitales en huelga y el caos en la calle;
mi madre comenzó sus dolores de parto.
Pero ninguna clínica quiso recibirme.
El auto y los gritos recorrieron kilómetros
hasta hallar un hospital con médica de guardia,
y filas de camillas y el estrés de la médica.
Allí fue mi vagido, no sé si se escuchara
entre veinte o treinta vagidos en serie.

Un mes después el Golpe llegó.
Afortunado fui: mil niños
nacieron en mazmorras con madres torturadas,
y fueron vendidos, rematados, escindidos
entre familias de rancia estirpe.

Recién hoy algunos descubren quiénes son.

(Siempre supe quién era yo, pero no me conforma).





hist-4.jpg




1976b
Mi hermana volvía de la escuela
y hablaba de compañeros desaparecidos,
quinceañeros los más; me dijo un día
que yo tengo los rasgos parecidos a un viejo amor
que murió descerebrado
en una fría sala de hospital.

Mi madre volvía de las compras
y hablaba de un paredón de fusilamiento;
los cuerpos ya no estaban
pero cachos de sesos quedaban sobre el muro.

Y si iban al cementerio en un día de lluvia,
de las fosas comunes mal selladas
el agua escurría el barro
y brotaban rostros, brazos, piernas.
Con estoicismo las moscas esperaban el final del chubasco.




hist-5.jpg






1982
En el pueblo del exilio
donde en apariencia nada se sabía,
a los seis años ingresé a la escuela,
el guardapolvos blanco,
los crayones,
los lápices.
De pronto solamente los celestes valían,
nos hacían pintar frenéticas banderas,
mientras los adultos escuchaban las radios.
Aviones militares pasaban por el cielo
(también debíamos dibujar aviones militares),
yo sentía terror; los adultos gozaban
su minuto de patria aunque costase vidas:
¡vencer a Gran Bretaña era seguro!
La maestra pedía chocolates
para mandar a los soldados de unas islas australes
que eran nuestras ahora porque lo habían sido siempre.
Las radios aseguraban la victoria.
Las casas se llenaron de estandartes;
gasté el crayón celeste ignorando la importancia del rojo.

Sólo después supe
que los chocolates jamás llegaron,
que los soldados eran pobres indios de las zonas más tórridas enviados al hielo;
que un general borracho
declaró esa guerra para salvar al Régimen.
La guerra se perdió
y la maestra nos enseñó a dibujar flores
y nos prohibió el vocablo derrota.

Pude usar otros lápices,
pero la gran mancha roja fue ocultada
por ochocientas cruces blancas en las islas australes,
por la vergüenza hipócrita del silencio de un pueblo
que ahora sollozaba democracia.

Conocí veteranos de guerra; quedaron
más o menos locos.
¿Pero quién garantiza
la cordura del resto?

Mayo de 2011
Por Juan Carlos Sánchez Sottosanto - Publicado en: Poesías vergüenza hipócrita del silencio de un pueblo
que ahora sollozaba democracia.

Conocí veteranos de guerra; quedaron
más o menos locos.
¿Pero quién garantiza
la cordura del resto?

Mayo de 2011
Por Juan Carlos Sánchez Sottosanto - Publicado en: Poesías